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Tenemos que cuidar nuestros oídos con algodón.

 

 

He estado en tres bares los últimos días. Bares ilegales, o fiestas con anfitrión, en casa privada. Son de lo más interesante, se llama al telefonillo, se pregunta por Don X o Señor X o Mariscal X, donde X siempre es algo gracioso, y si te informaste bien, el áspero telefonillo de voz cascada te permite la entrada (iijjj!). Puerta del portal, escaleras mejor que ascensor, (knock knock!) con nudillos, y salones, sillones, alfombras, paredes forradas de libros, vinilos, revistas, cómics, charla amena, nada de garrafón y precio digno.
En dos de ellos, sacaron un condenado ipad, y tuve que sufrir la música que salía de ese cacharro. Graznidos de pajarraco al que están estrangulando.
En el tercero, fluía un equipo de alta fidelidad, de los padres o el abuelo. Tremendo. Nitidez, dulzura, sabores azulados, limón, piruetas de frambuesa, descorchado, susurro, carraspeo de aguja, candidez, pisadas en serrín, palmadas llenas de talco.
Volveré a este último. Tenemos que cuidar nuestros oídos con algodón.

 

 

 

 

 

 

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